LA
FIESTA DEL PERDÓN
Podemos
negar muchas cosas, sin embargo hay algo que aparece delante nuestro con una
evidente claridad: la fuerza destructora
del pecado. Las amistades se quiebran, las familias se dividen, la violencia es
una oscura sombra, el odio seca el corazón, el egoísmo nos cierra y
empequeñece. Sin embargo frente a esta
fuerza dramática también se presenta la luz de la reconciliación.
Por
ella lo roto se vuelve a unir, lo distante se acerca, el corazón se renueva, se
abre con ella siempre una nueva posibilidad. Pero la reconciliación y el perdón
del mismo modo que el amor necesitan gestos y palabras que lo expresen, no
bastan las buenas intenciones y los deseos. Jesús conoce
nuestros corazones y nuestras necesidades, sabe que no nos alcanza el
sabernos reconciliados, sabe que necesitamos la palabra que cura y el gesto que sana.
Dios
es bueno y ama al mundo, si ha enviado a su propio hijo para salvarnos, ¿por
qué existe el mal?. Se puede entender
que el mal exista allí donde no llegó la palabra salvadora, pero si a muchos
nos regaló la vida de hijos de Dios en el Bautismo, ¿Cómo es que hay odio,
división y violencia?. Y esta constatación no sólo la vemos por las noticias
del mundo, sino que también la experimentamos dentro nuestro. Nos podemos hacer
eco tantas veces de las palabras de San Pablo: “buscando el bien que quiero
hago el mal que no quiero”, y tantas otras veces nos damos cuenta que también
buscamos el mal sabiéndolo. Es que nada en nuestra vida está definitivamente
listo, nunca podemos decir que alcanzamos la perfección. El médico recién
recibido tendrá que seguir estudiando para desarrollarse plenamente, el
deportista no podrá abandonar el entrenamiento. Con la vida de Hijos de Dios
pasa algo similar: estamos en proceso, en camino, tenemos que ir madurando
creciendo, y todo crecimiento supone retroceso, crisis, caídas y nuevas
ascensiones.
Pero
en este caminar en el que nos encontramos muchas veces con la triste realidad
de nuestra falta de amor, de nuestro pecado no andamos a la deriva heridos de
enfermedad incurable. El mismo amor de nuestro Padre Dios que nos llamó a la
vida y a la unión con Jesús, es el mismo amor que en nuestros errores y pecados, en nuestras
caídas y tibiezas, se hace perdón y
salvación.
Hoy
en día es muy fácil caer en la tentación del “da lo mismo”. Nuestra época se
caracteriza por relativizar todo. Bajo un falso concepto de autenticidad la
única ley pareciera ser “lo que sentimos”, y esto no es más que un escudo para
hacer lo que se nos da la gana pensando muchas veces sólo en nosotros mismos,
sin ninguna regla ni ley más que la
que dicta nuestro egoísmo o capricho.
Para
los cristianos la única medida para determinar si una actitud o hecho son
pecado o no, pasa por el amor. Preguntarnos si lo que hicimos o hacemos ha sido
movido por un amor al estilo de Jesús o por otros intereses.
No
hay nada pequeño para un verdadero amor.
Todo
es importante en la persona que ama: interesa y afecta su modo de caminar de
vestir, la expresión de su rostro nada de ella es indiferente.
Por
eso mismo, no se limitará a no ofender gravemente, sino que esto lo conducirá a tener en cuenta
los detalles y las cosas pequeñas que se
van presentando cada día, La conversión
es un proceso permanente que, como el amor, nunca siente que ha llegado
al fin o que ha terminado de cumplir.
Está
siempre abierto a nuevos descubrimientos En cada etapa, en cada momento, siempre hay algo en lo que podemos crecer y cambiar.
Cuando
Jesús vino al mundo, no preguntó dónde estaban los justos para compartir con
ellos la vida, fue donde estaban los pecadores para darles la Vida. No pasó por
alto sus pecados sino que los invitó con infinita paciencia y ternura a aceptar
el perdón que Dios de manera abundante quiere regalar.
“Se
ha cumplido el tiempo, el Reino de Dios ha llegado, conviértanse y crean en el
Evangelio” Mc 1,15
Conversión
significa cambio de mentalidad.
Es
la actitud que nos permite cambiar el punto de vista de tal manera que podamos
ver la realidad desde el punto de vista de Dios y valorar la existencia con los
criterios de Dios.
Supone
"dejarse transformar por la nueva mentalidad para ser capaces de
distinguir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo agradable, lo
perfecto" (Rom 12,2).
La conversión es posible porque en nuestro horizonte
están el perdón y la misericordia infinita de Dios.
Para
reflexionar: Lucas 15,11-24
.
¿Quiénes intervienen en este relato?
.
¿Qué hace el hijo menor al comienzo de la Parábola?
.
¿Cómo reacciona el padre?
.
¿Por qué decide volver a la casa?
.
¿Qué hace el padre al regreso del hijo?
Síntesis:
En
esta Parábola Jesús nos muestra con un ejemplo el amor infinito de Dios Padre,
quien está siempre dispuesto a perdonar nuestro pecado.
Este
hijo tenía todo lo de su Padre, lo disfrutaba todo, pero no supo valorarlo en
su mo-mento. Se quiso apanar y libremente lo abandonó. El padre lo respetó en
su decisión, no intentó sujetarlo por la fuerza, lo dejó caminar por el camino
que él quería, aunque sabía que no tenía en cuenta las "señales".
El
hijo siente la soledad de su pecado, reconoce su ruptura y experimenta el dblor
de la separación.
Decide
volver a pedirle perdón confiando en su padre, con el deseo de cambiar y
comen-zar una vida nueva.
Así
lo hace y su padre celebra una fiesta por este regreso. "Este hijo mío
estaba muerto y ha vuelto a la vida. "
Parábola del hijo pródigo
• l.
Reconoce su pecado.
• 2.
Siente dolor por lo que hizo.
• 3.
Se arrepiente.
• 4.
Desea cambiar.
• 5.
Confiesa mi pecado.
• 6.
Recibe el perdón.
• 7.
Repara su culpa.
Sacramento de la Reconciliación
• l.
Reconozco mi pecado.
• 2.
Siento dolor por lo que hice.
• 3.
Me arrepiento.
• 4.
Deseo cambiar.
• 5.
Confieso mi pecado.
• 6.
Recibo el perdón.
• 7.
Reparo mi culpa.
A
través de este pasaje del evangelio experimentamos el perdón de Dios.
Su
amor es tan grande que no alcanzamos imaginarlo. El nos quiere a todos, no
importa cuan grande sea nuestro pecado, si volvemos a El, encontramos siempre
su abrazo de perdón, su cariño de Padre.
El
propio Jesús al morir en la cruz por todos nuestros pecados, nos reconcilió con
El para. Siempre. Este Jesús resucitado es el que presente hoy nos ayuda a
reconocer nuestros pecados y transitar por el camino del perdón.
Gracias
a la fuerza que infunde Jesús en nosotros es que somos capaces de cambiar,
superar nuestros egoísmos, mentiras, caprichos, y crecer en el amor.
Hoy
descubrimos que El está siempre dispuesto a perdonarnos si realmente estamos
arrepentidos y deseamos cambiar.
Este
reencuentro con el Señor lo celebramos en el Sacramento de la Reconciliación.
El sacerdote en nombre de Jesús y la comunidad, nos transmite su perdón en las
palabras: Yo te absuelvo de tu pecado en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Como el padre esperó al hijo y a su regreso hizo una fiesta,
así también el sacramento para nosotros es la fiesta de nuestro reencuentro con
Jesús. El también nos está esperando para derramar su amor borrando nuestro
pecado para siempre y llenándonos de su gracia que nos ayuda a superarnos y ser
mejores.
¿No debías tú compadecerte de tu compañero, como
también yo me compadecí de Ti? Mateo
18,21
Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se
convierta, que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de
conversión. Lucas 15,4
..este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido encontrado.
Lucas 15,11
La
reconciliación es un sacramento, es el signo visible, es la manifestación
concreta de nuestro deseo de reconciliarnos con Dios.
El
signo visible del sacramento se da en el momento en que nos acercamos al
sacerdote para confesar nuestros pecados y él, en nombre de Cristo nos da la
absolución o perdón de nuestras faltas.
Dios
como Padre misericordioso nos quiere perdonar siempre, pero ese perdón no lo va
a dar sin nuestro consentimiento.
El
pecado es un acto libre y consciente, salir del pecado también tiene que ser un
acto libre y querido. Dios siempre perdona, ... pero si cuenta con nuestro
arrepentimiento.