JESÚS NOS REÚNE Y NOS UNE EN UNA GRAN FIESTA
La fiesta esta
en el corazón del hombre.
Cuando
estamos en fiesta manifestamos intensa y singularmente nuestro modo de vivir,
ponemos en común nuestro sentimiento de festividad que nace de la experiencia
de la vida, en este sentimiento se hallan todas las personas y las cosas que
están junto a nosotros.
Querer definir
la fiesta es difícil, pero podemos decir que la fiesta es absolutamente vital
para la vida humana es una gran verdad. Si, porque la fiesta consiste
esencialmente en la afirmación exuberante de la vida que exige un contraste con
la monotonía del ritmo diario.
Juan Mateos la
define como: "La expresión comunitaria, ritual y alegre de experiencias y
anhelos comunes, centrados en un hecho histórico pasado y
contemporáneo".(Cristianos en fiesta, página 276)
La fiesta esta
en el corazón del hombre. Está dentro, por eso podemos decir que no es un rito
vacío, ni un precepto, ni una ley, ni una norma; es un acto vital, un modo de
estar en el mundo. Cuando estamos en fiesta manifestamos intensa y
singularmente nuestro modo de vivir, ponemos en común nuestro sentimiento de
festividad que nace de la experiencia de la vida, en este sentimiento se hallan
todas las personas y las cosas que están junto a nosotros. Cuando la fiesta se celebra sin sentimiento se convierte
en un simple rito o costumbre.
Celebrar o
hacer fiesta es un acto de afirmación del mundo y de la vida, es un sí a la
vida, un juicio favorable sobre la
existencia humana. Si la vida no tiene sentido para las personas, si es
absurda, difícilmente se puede celebrar fiesta. La fiesta no ignora los
problemas y el mal, pero supone la convicción y la esperanza de que el bien
puede triunfar sobre el mal, el gozo y la alegría sobre las penas, los problemas y el dolor.
En las
personas hay muchas ilusiones, anhelos y esperanzas ocultas que no pueden
expresar en su vida cotidiana:
felicidad, plenitud, paz, proyectos, ideas... sueños... La fiesta permite que
el hombre exprese estos anhelos por medio de la fantasía, la imaginación, la
poesía o el juego.
Nadie celebra
fiesta en soledad. Celebrar es compartir, poner en común, encuentro y
comunicación espontánea con los demás. Precisamente por ello en la fiesta el
hombre quiere superar su soledad, su separación, y busca relacionarse con los
demás, no a un nivel utilitario o por compromiso, sino a un nivel de
sinceridad, amistad, espontaneidad y generosidad.
La fiesta
implica dejar que la vida brote desde dentro, sin trabas, nos sumergimos en
ella completamente, rompiendo barreras... se caen las caretas y nos
manifestamos tal cual somos. Comemos, bebemos, cantamos, bailamos,
aplaudimos... Hacemos cosas que nos costaría mucho hacer en la vida diaria; con
eso diferenciarnos la existencia cotidiana.
En la fiesta se agranda el corazón para recibir y aceptar al otro sin
prejuicios. Jugar, festejar, celebrar, hacer fiesta, es de algún modo saber
"perder el tiempo", pero un tiempo lleno de sentido.
Todos los
seres humanos estamos llamados a compartir y a expresar nuestras alegrías. Los
cristianos, con mayor razón, porque tenemos motivaciones más profundas para
ello.
La Eucaristía
es la fiesta de la Pascua del Señor. No se trata de una simple expresión de
vitalismo, ni siquiera de la alegría que brota de sentirse en fraternidad. La
raíz de la fiesta litúrgica es el Paso del Señor que así como pasó una vez y se
comprometió hasta la muerte para abrirle paso a la resurrección, así sigue
pasando ahora, para asumir y liberar por su muerte y resurrección la historia
del pueblo de Dios y conducirla a la plenitud del Reino.
Se
celebra la vida pero en cuanto es vida
en Cristo; en cuanto se acepta y asume su sentido desde la fe. Por eso la
fiesta litúrgica es la celebración de la fe, es la expresión, profesión
pública, proclamación de un sentido de vida que sólo es accesible a los que
creen.
Se ha dicho que
la fiesta es una afirmación de la vida y su sentido, pues bien, en la fiesta
litúrgica también se afirma la vida desde el sentido nuevo que Jesús nos ha
dado.
Niños,
jóvenes, adultos, ancianos, ignorantes y cultos; luces, flores, cantos, música,
integran la celebración de la eucaristía. La misa es una fiesta popular, un
lugar de encuentro de mucha gente que normalmente vive separada y dispersa y se
reúne a celebrar. El hombre que trabaja, lucha, sufre, llora; es el hombre que
necesita también la fiesta para expresar su alegría de vivir, su libertad y así
sentirse y ser más humano. La cena del Señor es el anticipo de la gran fiesta a
la que el Padre nos invita: la fiesta de la creación entera cuando, vencidos el
pecado y la muerte, vivamos la libertad
y la alegría perfectas.
Por la fe y el
Bautismo el hombre se hace una nueva creatura, animado por la vida del Espíritu
que prolonga en él la vida de Cristo. La
Eucaristía, centro de la liturgia, es la “cumbre a la cual tiende la actividad
de la Iglesia y, al mismo tiempo, la
fuente de donde mana toda su fuerza”. Es la expresión de toda la iglesia
reunida en comunidad, presidida por el Señor para compartir un mismo pan.
Comulgando el cuerpo sacramental de Cristo se construye el cuerpo místico de
Cristo.
.La
comunicación con Dios invisible, para el cristiano, es inseparable de la
comunicación con el hombre visible de carne y hueso, con quien Cristo se siente
identificado. La Eucaristía no puede reducirse a un exclusivo acto ritual del
templo.
Cristo entrega
su vida por el amor a todo hombre, el que participa del misterio de la
Eucaristía uniéndose al Señor, tiene que
salir de la misa para entregarse a su hermano y ofrecerle el amor que Cristo le
tiene. Quien se sienta a la mesa de la cena del Señor para alimentarse del Pan
de Dios, se levanta de ella dispuesto a repartir su propio pan: su vida, su
trabajo, su cariño, su cultura, su salud, su vestido, su alimento, su fe para
compartirlos con todos aquellos con los que Cristo ha querido identificarse.
Para relexionar……. Una
discusión sobre la misa
En una conversación de sobremesa en casa de la
familia Varela, al hablar sobre temas religiosos, se discute la obligación de
ir a misa los domingos.
El señor Varela, hombre tranquilo y bondadoso
afirma: “Nunca dejo de ir a la misa; desde muy niño mis padres me enseñaron a
cumplir con Dios y he sentido que él no me ha fallado nunca, ni en los momentos
más difíciles”.
“Mi caso es un poco diferente”, replica
pensativamente su amigo Ricardo Olivos: “desde niño estuve interno en un
colegio de curas; allí nos hacían levantarnos diariamente muy temprano para
llevarnos a misa... Considero que ya cumplí de sobra por el resto de mi vida
con la obligación de ir a misa... A pesar de todo, de vez en cuando asisto, con motivo de algún matrimonio o
funeral, para acompañar a la Juanita, quien me pide que no la deje sola. Ella
no falta nunca”.
La señora Juanita: “Vos sabés, Ricardo, que me
preocupa el mal ejemplo que das a los niños... Se me hace cada vez más difícil
lograr que Roberto, que tiene 13 años, se levante para ir a misa; antes me
acompañaba con gusto, pero ahora me dice que se aburre. Yo no sé con qué
autoridad lo puedo obligar si vos no le das el ejemplo”.
Ricardo: “Pero, m´hijita, si no duermo en mi cama es
seguro que me duermo en la iglesia con el sermón del cura que es tan
aburrido... a veces, me quedo atrás para salir fuera de la iglesia y darme un
paseíto para espantar el sueño...”
Isabel Varela, universitaria de 19 años: “Lo que
yo no soporto son los desfiles de modelos
de las misas domingueras en las que la gente va a exhibirse... Prefiero meterme
en una iglesia vacía cualquier día de la semana, para comunicarme con Dios a
solas... Además no puedo entender a esas personas que se lo pasan rezando en la
iglesia y fuera de ella son tan pecadoras y poco cristianas”.
Para conversar:
¿Con cuál de las apreciaciones nos sentimos mejor interpretados?
¿Con qué frecuencia y con qué actitud asistimos a la misa dominical?
¿Qué es lo que nos mueve o retrae de asistir a la misa los domingos?
¿Qué reacción produce en mí el “precepto” de asistir a misa los
domingos?
La misa dominical, ¿es para mí solamente una devoción personal donde
me encuentro a solas con Dios o lo siento también como un encuentro con Cristo
con una comunidad de hermanos?
La misa, ¿es algo que hay que entender o algo que hay que hay que
sentir y vivir?
JESÚS SE QUEDA CON NOSOTROS Y NOS ALIMENTA
Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.
Si uno come de este pan, vivirá para siempre... el que come mi Carne y bebe mi
Sangre, tiene vida eterna... permanece en mí y yo en él".
¿De qué Pan nos habla Jesús?
Hay un Pan que
alimenta nuestro cuerpo, pero también hay un pan que alimenta nuestro corazón.
·
¿Para
qué necesita alimento nuestro corazón?
·
¿Cómo
es ese alimento que nos da Jesús?
Jesús en el pan y
en vino consagrados se queda el mismo y se nos da como alimento de nuestra
corazón. Recibimos a Jesús para poder ser como El
·
¿Por
que dice Jesús que el come de este pan tiene la vida eterna?
Jesús está vivo para siempre junto a Dios, está resucitado. Cuando
recibimos a Jesús con el corazón abierto
nos ayuda a vivir como El y si vivimos así algún día viviremos en el
cielo para siempre.
Al recibir a Jesús se hace realidad “El que coma mi Carne y bebe
mi Sangre permanece en mí y yo en él”. Es una transformación lenta y progresiva
que nos va identificando con Cristo, pese a todas nuestras limitaciones y
deficiencias.
Jesucristo danos de este Pan
Los
cristianos todos los días, en todos los pasos de nuestra vida, intentamos ser
files al Evangelio. Queremos que el Reino de Dios se manifieste cada día entre
los hombres, queremos ser solidarios y luchamos por una vida más digna para
todos, queremos poner amor a nuestro alrededor, queremos hacer realidad la fe
que tenemos. Y ahí, en estos pasos de cada día se comprueba y se verifica si
realmente nuestra fe es viva o sólo una palabra bonita que no compromete a
nada.
Pero
no basta con eso. No basta con lo que nosotros vamos construyendo cada día.
Porque la fe y la esperanza no las hemos inventado nosotros, sino que nos viene
de Jesucristo, de Dios Por eso todas las semanas necesitamos reunirnos para
escuchar unas palabras y para compartir unos gestos que no los hemos hecho
nosotros sino que nos viene de lejos, de muy lejos. Unos gestos y unas palabras
que nos unen como comunidad que comparte y cree en el mismo don de la gracia
que nos llega del misterio de muerte y resurrección de Jesucristo, que comparte
y cree en el mismo impulso hacia la vida total que Jesucristo comparte y da.
Todos
los domingos se nos convoca a compartir este encuentro comunitario, esta
presencia de Jesucristo, esta fuerza de Dios presente en la lucha de cada día.
Jesús está presente en la iglesia, en los sacramentos,
en la liturgia compartida, en la lectura de la Palabra. Cuando dos o tres están
reunidos en su nombre, Jesús está presente, en los necesitados ... Esta
presencia de Jesús es una presencia verdadera pero misteriosa. Entre estas
presencias verdaderas pero misteriosas está la presencia eucarística. En la
eucaristía damos gracias a Dios que asume el fruto de nuestro trabajo y lo
convierte en el cuerpo y la sangre de su Hijo.
La palabra sacrificio se
emplea en general para expresar algo que es difícil o doloroso de hacer.“Esto
lo hago con gran sacrificio”. Pero su sentido etimológico y más propio
significa algo sagrado de modo que en ello resplandezca o se manifieste la gloria
de Dios. A través de toda su vida terrestre desde que fue engendrado y nació,
hasta morir, Cristo fue asumiendo, haciendo suya toda la vida humana y, por su
obediencia, la fue sometiendo y uniendo nuevamente al Creador. Pero la plena
realización de la unión definitiva con Dios la realizó a través de la entrega
en la cruz donde se cumple su palabra: “No hay amor más grande que dar la vida
por los amigos.
Jesús ofrece su vida en el altar de la cruz, esa
muerte de Jesús fue la consecuencia de una vida de amor y de fidelidad a los
hombres.
En la víspera de su muerte,
antes de ser apresado Jesús se reunió con sus discípulos en el marco de la
fiesta judía de la Pascua que recordaba la obra salvadora de Dios cuando los
liberó de la esclavitud de de los Egipcios haciéndolos pasar por el Mar Rojo.
Como servidor humilde lava los pies a sus
discípulos para que puedan comprender el significado del gesto de la Cena
cuando, sentado a la mesa, tome el pan, lo parta y se los entregue
diciendo: “Tomen y coman todos de él
porque esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes”. Antes de ser apresado por
los enemigos, se entrega voluntariamente a los amigos haciendo de su vida el
alimento que sacia el hambre y sed de eternidad y funda la nueva comunidad, la hermandad universal de todos
los hombres unidos en el amor servicial y en
participación del pan de su cuerpo.
El partir el pan y
distribuir los trozos a los comensales formaba parte, junto con la acción de
gracias, de la comida pascual judia.
Pero este gesto, acompañado
de las palabras de Jesús, adquiere en él un significado totalmente nuevo: ;Esto
es mi cuerpo! Este pan partido es ahora realrnente el cuerpo del Señor. Del
mismo modo, el vino de la copa es realmente la sangre de Jesús, derramada por
todos los hombres.
El pan partido, el pan y el
vino separados, indican la muerte violenta de que iba a morir Jesús,
sacrificándose por nosotros para liberamos de nuestros pecados, acercamos al
Padre y formar la familia de los hijos de Dios, el nuevo pueblo de Dios.
Jesús en la cruz, es el
verdadero y único mediador y sacerdote que ante Dios intercede por nosotros. La
ofrenda que hace de su vida, fiel hasta la muerte, es el único sacrificio
agradable al Padre de una vez para siempre (Ef 5,2; Hch 10,5.7.9; 7,27).
La muerte de Jesús es un
acontecimiento histórico único, que no volvería a repetirse. Jesús vivo ya no
morirá.
La Eucaristia o sacrificio
de la misa es el "memorial", es decir, la actualización, la presencia
entre nosotros hoy de la muerte salvadora de Jesús.
En la Eucaristia, la Iglesia
ofrece al Padre la ofrenda del cuerpo y sangre de su Hijo (el Sacrificio de Jesús),
muerto en la cruz, bajo los signos del pan y del vino.
En ella la gracia salvadora
se hace presente para nosotros.
Y todos nosotros nos
ofrecemos con Jesús a Dios, quien nos acepta complacido (Hch 13,15-16).
Cuando celebramos la misa,
haciendo lo mismo que Jesús hizo en su última cena, recordamos la muerte y
resurrección de Cristo para seguir su camino, para tomar fuerzas y
comprometemos con él y como él.
Jesús nos dijo en la última
cena: "Hagan esto en memoria mía". Pero, ;qué es en concreto esto? Lo
que él hizo en aquella cena y, sobre todo, esto es su vida toda ella
comprometida, es decir, fiel a Dios y a los hombres hasta el sacrificio de su
muerte que termina en resurrección.
Jesús quiere que recordemos
y agradezcamos esa vida así comprometida y sacrificada, y nos invita a unimos a
él en la comunión para, como él, llevar una vida "así" (Rm 12,1).
La misa no es un recuerdo
cualquiera; es un recuerdo en el que Jesús en persona se hace presente aunque
no lo veamos: el Jesús que se entregó a la muerte y resucitó por nosotros, para
que vivamos nuestro compromiso de fe y amor con Dios y con los hombres. Jesús
en la misa está presente en el sacerdote, en la proclamación de la palabra, en
la comunidad reunida en su nombre y, sobre todo, en el pan y en el vino: en la
acción salvadora del sacramento que se celebra y que comemos.
La Eucaristía es una
verdadera comida, una comida sagrada: una sencilla comida con pan y vino en la
cual comemos realmente el cuerpo entregado del Señor Jesús, que alimenta nuestra
vida de hijos de Dios. Toda comida sirve para estrechar los vínculos entre
los comensales. Con mayor
razón, la Eucaristía es el gran "signo" de la unidad cristiana (l Cor
I1,23-26; Lc 22,19-20).