2.9 La Comunicación: la palabra, herramienta distintiva del hombre.
La comunicación, es una forma de expresarnos y dar a conocer nuestras ideas ante los demás, y además es un instrumento básico para la supervivencia, porque por medio de la comunicación podemos obtener alimentos entre otros bienes que nos son de vital importancia, el hombre tiene la necesidad de comunicarse para sobrevivir, ya sea comunicándose de forma oral o escrita para comunicarse se debe saber el mismo código del receptor para que sea entendido, y bien por eso se dice que la comunicación es aprendida, y desde que nacemos aprendemos a comunicarnos de una manera u otra, los bebes se comunican o expresan lo que sienten o lo que quieren mediante gestos y gemidos y conforme van pasando los años aprende mas formas de comunicarse, aprendiendo el código que se les es enseñado en su hogar y lo que aprenden fuera de su hogar a comunicarse también por medio de la comunicación escrita.
La comunicación es indispensable para procurar y mantener las buenas relaciones en todos los ámbitos de nuestra vida, particularmente en la familia, el trabajo y con las personas más cercanas a nosotros. Aún así enfrentamos desacuerdos y discusiones sin sentido, provocando -en ocasiones- una ruptura en las relaciones con los demás. Entender y hacerse comprender, es un arte que facilita la convivencia y la armonía en todo lugar.
Con facilidad podemos perder de vista que la comunicación entra en el campo de los valores. Precisamente cuando hay problemas de comunicación en el trabajo, con la pareja, con los hijos o con los amigos se comienza a apreciar que una buena comunicación puede hacer la diferencia entre una vida feliz o una vida llena de problemas.
El valor de la comunicación nos ayuda a intercambiar de forma efectiva pensamientos, ideas y sentimientos con las personas que nos rodean, en un ambiente de cordialidad y buscando el enriquecimiento personal de ambas partes.
No todas las personas con una magnífica y agradable conversación poseen la capacidad de comunicarse eficazmente, en muchos de los casos transmiten anécdotas y conocimientos producto de la experiencia, la información y las vivencias que han tenido, pero con el defecto de no dar la oportunidad a que otros se expresen y compartan sus puntos de vista. En si, esto no es malo, pero se debe tener cuidado de no caer en excesos.
Queda claro que comunicar no significa decir, expresar o emitir mensajes (para eso están los medios de información), por el contrario, al entablar un diálogo con los demás, tenemos la oportunidad de conocer su carácter y manera de pensar, sus preferencias y necesidades, aprendemos de su experiencia, compartimos gustos y aficiones... en otras palabras: conocemos a las personas y desarrollamos nuestra capacidad de comprensión. Sólo así estaremos en condiciones de servir al enriquecimiento personal de quienes nos rodean.
La buena comunicación tiene algunas características que todos conocemos: escuchar con atención, no acaparar la palabra, evitar interrumpir, utilizar un lenguaje propio y moderado, lo cual demuestra educación y trato delicado hacia las personas. Pero este valor tiene elementos fundamentales e indispensables para lograr una verdadera comunicación:
Interés por la persona. Cuántas veces nuestra atención total está reservada para unas cuantas personas, nos mostramos atentos y ávidos de escuchar cada una de sus palabras. Por otra parte, los menos afortunados se ven discriminados porque consideramos su charla como superficial, de poco interés o de mínima importancia. Pensemos en los subordinados, los hijos o los alumnos ¿Realmente nos interesamos por sus cosas, sus problemas y conversaciones?
Toda persona que se acerca a nosotros considera que tiene algo importante que decirnos: para expresar una idea, tener una cortesía o hacer el momento más agradable; participarnos de sus sentimientos y preocupaciones; solicitar nuestro consejo y ayuda...
- Saber preguntar. A pesar del esfuerzo por expresar las cosas con claridad no siempre se toman en el sentido correcto (y no hablamos de malas intenciones o indisposición) Recordemos con una sonrisa en los labios, como después de una breve discusión llegamos al consenso de estar hablando de los mismo pero en diferentes términos. Las causas son diversas: falta de conocimiento y convivencia con las personas, distracción, cansancio...
El punto es no quedarnos con la duda, aclarar aquello que nos parece incorrecto, equivocado o agresivo para evitar conflictos incómodos e inútiles que sólo dejan resentimientos.
- Aprender a ceder. Existen personas obstinadas en pensar que poseen la mejor opinión debido a su experiencia, estatus o conocimientos; de antemano están dispuestos a convencer, u obligar si es necesario, a que las personas se identifiquen con su modo de pensar y de parecer, restando valor a la opinión y juicio de los demás. No es extraño en ellos la inconformidad, la crítica y el despotismo, inmersos en conflictos, críticas y finalmente convertidos en las últimas personas con quien se desea tratar.
La comunicación efectiva es comprensiva, condescendiente y conciliadora para obtener los mejores frutos y estrechar las relaciones interpersonales.
Sinceridad ante todo. Expresar lo que pensamos, sobre todo si sabemos que es lo correcto (en temas que afecten a la moral, las buenas costumbres y los hábitos), no debe detenernos para mostrar desacuerdo, superando el temor a quedar mal con un grupo y a la postre vernos relegados. Tampoco es justificable callar para no herir a alguien (al compañero que hace mal su trabajo; al hijo que carece de facultades para el deporte pero tiene habilidad para la pintura; etc.), si deseamos el bien de los demás, procuraremos decir las cosas con delicadeza y claridad para que descubran y entiendan nuestra rectitud de intención.
Siempre será importante dar a los demás un consejo y criterio recto, de otra forma continuarán cometiendo los mismos errores o haciendo esfuerzos inútiles para lograr objetivos fuera de su alcance, si actúan así se debe, tal vez, a que nadie se ha interesado en su mejora y bienestar.
Además de los elementos esenciales, es preciso cuidar otros pequeños detalles que nos ayudarán a perfeccionar y a hacer más eficaz nuestra comunicación:
- Comprende los sentimientos de los demás. Evita hacer burlas, criticas o comentarios jocosos respecto a lo que expresan, si es necesario corrige, pero nunca los hagas sentir mal.
- No interpretes equivocadamente los gestos, movimientos o entonación con que se dicen las cosas, hay personas que hacen demasiado énfasis al hablar. Primero pregunta y aclara antes de formarte un juicio equivocado
- Observa el estado de ánimo de las personas cuando se acercan a ti. Todos nos expresamos diferente cuando estamos exaltados o tristes. Así sabrás qué decir y cómo actuar evitando malos entendidos.
En tus conversaciones incluye temas interesantes, que sirvan para formar criterio o ayudar a mejorar a las personas. Las pláticas superficiales cansan.
Aprende a ser cortés. Si no tienes tiempo para atender a las personas, acuerda otro momento para charlar. Es de muy mal gusto mostrar prisa por terminar.
No existe medio más eficaz para hacer amistades, elegir a la pareja y estrechar los lazos familiares, profesionales y de amistad. Todos deseamos vivir en armonía, por eso, este es el momento de reflexionar y decidirse a dar un nuevo rumbo hacia una mejor comunicación con quienes nos rodean.
Una auténtica actitud de escucha estimula la comunicación. El objetivo final del auténtico escuchar es comprender y ver el mundo tal como lo ve y lo comprende la persona que habla.
Prejuzgar –que es juzgar por adelantado– evita el riesgo de tener que aceptar algún nuevo hecho o idea que implique cambiar de opinión.
Escuchar, en cambio, significa aceptar a las personas tal como piensan y son, y darse cuenta de que cada uno es un mundo único que es preciso entrever para entenderse.
Y muy importante para escuchar con propiedad es admitir que los demás también piensan que tienen razón.
Escuchar no es lo mismo que oír. A lo sumo, por los oídos captamos los razonamientos, el contenido de lo que se nos explica, la lógica de un argumento.
Pero escuchar implica utilizar los oídos y también los ojos y el corazón para percibir la intención, la emoción y los sentimientos de nuestro interlocutor. Se trata de encontrar aquellas “razones del corazón que la razón no entiende”.
La razón parece ser el bien supremo. Pero en las relaciones interpersonales el lenguaje de los sentimientos es mucho más poderoso y motivador que el de la lógica.
No obstante este lenguaje no puede hablarse de manera creativa e inspiradora si primero no somos capaces de percibir lo que “emite” el alma humana: la de los demás... y también la nuestra.
Escuchar supone callarse. Un callarse que va más allá del no decir nada, porque implica estar atento con todo nuestro ser.
Es una actitud en la que se aprehende al otro en su totalidad. Un estado en que se reciben las palabras y lo que éstas no expresan, en que se capta lo que se dice y la realidad profunda de la otra persona, ese mundo único que cada uno somos.
Una auténtica actitud de escucha estimula la comunicación. Cuando se nos escucha auténticamente, tenemos tendencia a expresar más cosas y con mayor profundidad y riqueza de detalles, que si se nos oye superficialmente. Es el premio que nos sentimos inclinados a otorgar a quien nos presta esmerada atención.
No es raro que el fundamento de la buena convivencia sea una gran disposición para escuchar. El auténtico escuchar es lo más opuesto al rechazo de lo ajeno, ya que su objetivo final es comprender y ver el mundo como lo ven otras personas.
El proceso de la auténtica y genuina escucha a otra persona se apoya en una elevada autoestima, que es el soporte de nuestra seguridad interior.
La razón primera por la que la mayoría de nosotros no escuchamos con profundidad a los demás, es que tenemos miedo a ser influidos por ellos.
Ser influidos supone que se opere un cambio en nosotros; y los cambios –lo reconozcamos o no– suelen atemorizarnos.
Porque cambiar significa ir más allá de nuestras pequeñas y confortables rutinas diarias, hacia nuevos lugares donde tememos encontrar incertidumbres y zozobras.
Además, aquello que hacemos de manera automática no requiere pensar, mientras que lo nuevo tal vez precise de este esfuerzo. Afrontar un cambio genera tensión, e instintivamente huimos de toda clase de tensiones.
Para poder entregarse a escuchar a otras personas sobre cuestiones que nos importan, y aceptar el hecho de que puede ser que nos veamos obligados a cambiar nuestra manera de verlas, hay que tener un sólido conjunto de principios y valores arraigado en nuestro corazón, formando el núcleo de nuestra personalidad.
Este núcleo que configura nuestro yo individual, es el que nos capacita para ser productivos como personas y como profesionales.
La autoestima que nos otorga nuestra productividad es inviolable porque nos pertenece intrínsecamente, y constituye nuestra identidad no importa lo que digan los demás. Un fuerte sentido de la propia identidad permite aceptar el cambio, porque no pone en peligro al yo.
Por otra parte, ser capaz de cambiar es una habilidad que hay que cultivar. Quienes lo hacen, tratan de habituarse a dejar lo viejo concentrándose en el potencial que encierra lo nuevo, que contemplan como otro hito en su camino de crecimiento personal.
Se preguntan, aun en la peor de las situaciones: ¿cómo transformar este peligro en oportunidad? William Shakespeare escribió: “Los hombres sabios no se entretienen jamás en deplorar sus pérdidas, sino que buscan con vigor alegre reparar los golpes de la mala fortuna”.
El aprendizaje de la facultad de escuchar requiere pues no solamente acostumbrarse a adoptar una actitud de escucha, sino también a reforzar nuestra seguridad interior mediante el cultivo de nuestra propia persona.
Afrontar la posibilidad de cambiar resulta así menos amenazante. Escuchar es fácil para quien vive su vida personal y profesional con profundidad y acierto en sus facetas esenciales. Casi diríamos que para tal persona, el bien escuchar al prójimo es una consecuencia natural.
Escuchar, al fin y al cabo, no es tanto una cuestión de inteligencia como de confiar en las otras personas. Significa aceptarlas tal como piensan y son, y darse cuenta de que cada uno es un mundo único que es preciso entrever para entenderse.
Y muy importante para escuchar con propiedad es admitir que los demás también piensan que tienen razón.
La comunicación, es una forma de expresarnos y dar a conocer nuestras ideas ante los demás, y además es un instrumento básico para la supervivencia, porque por medio de la comunicación podemos obtener alimentos entre otros bienes que nos son de vital importancia, el hombre tiene la necesidad de comunicarse para sobrevivir, ya sea comunicándose de forma oral o escrita para comunicarse se debe saber el mismo código del receptor para que sea entendido, y bien por eso se dice que la comunicación es aprendida, y desde que nacemos aprendemos a comunicarnos de una manera u otra, los bebes se comunican o expresan lo que sienten o lo que quieren mediante gestos y gemidos y conforme van pasando los años aprende mas formas de comunicarse, aprendiendo el código que se les es enseñado en su hogar y lo que aprenden fuera de su hogar a comunicarse también por medio de la comunicación escrita.
La comunicación es indispensable para procurar y mantener las buenas relaciones en todos los ámbitos de nuestra vida, particularmente en la familia, el trabajo y con las personas más cercanas a nosotros. Aún así enfrentamos desacuerdos y discusiones sin sentido, provocando -en ocasiones- una ruptura en las relaciones con los demás. Entender y hacerse comprender, es un arte que facilita la convivencia y la armonía en todo lugar.
Con facilidad podemos perder de vista que la comunicación entra en el campo de los valores. Precisamente cuando hay problemas de comunicación en el trabajo, con la pareja, con los hijos o con los amigos se comienza a apreciar que una buena comunicación puede hacer la diferencia entre una vida feliz o una vida llena de problemas.
El valor de la comunicación nos ayuda a intercambiar de forma efectiva pensamientos, ideas y sentimientos con las personas que nos rodean, en un ambiente de cordialidad y buscando el enriquecimiento personal de ambas partes.
No todas las personas con una magnífica y agradable conversación poseen la capacidad de comunicarse eficazmente, en muchos de los casos transmiten anécdotas y conocimientos producto de la experiencia, la información y las vivencias que han tenido, pero con el defecto de no dar la oportunidad a que otros se expresen y compartan sus puntos de vista. En si, esto no es malo, pero se debe tener cuidado de no caer en excesos.
Queda claro que comunicar no significa decir, expresar o emitir mensajes (para eso están los medios de información), por el contrario, al entablar un diálogo con los demás, tenemos la oportunidad de conocer su carácter y manera de pensar, sus preferencias y necesidades, aprendemos de su experiencia, compartimos gustos y aficiones... en otras palabras: conocemos a las personas y desarrollamos nuestra capacidad de comprensión. Sólo así estaremos en condiciones de servir al enriquecimiento personal de quienes nos rodean.
La buena comunicación tiene algunas características que todos conocemos: escuchar con atención, no acaparar la palabra, evitar interrumpir, utilizar un lenguaje propio y moderado, lo cual demuestra educación y trato delicado hacia las personas. Pero este valor tiene elementos fundamentales e indispensables para lograr una verdadera comunicación:
Interés por la persona. Cuántas veces nuestra atención total está reservada para unas cuantas personas, nos mostramos atentos y ávidos de escuchar cada una de sus palabras. Por otra parte, los menos afortunados se ven discriminados porque consideramos su charla como superficial, de poco interés o de mínima importancia. Pensemos en los subordinados, los hijos o los alumnos ¿Realmente nos interesamos por sus cosas, sus problemas y conversaciones?
Toda persona que se acerca a nosotros considera que tiene algo importante que decirnos: para expresar una idea, tener una cortesía o hacer el momento más agradable; participarnos de sus sentimientos y preocupaciones; solicitar nuestro consejo y ayuda...
- Saber preguntar. A pesar del esfuerzo por expresar las cosas con claridad no siempre se toman en el sentido correcto (y no hablamos de malas intenciones o indisposición) Recordemos con una sonrisa en los labios, como después de una breve discusión llegamos al consenso de estar hablando de los mismo pero en diferentes términos. Las causas son diversas: falta de conocimiento y convivencia con las personas, distracción, cansancio...
El punto es no quedarnos con la duda, aclarar aquello que nos parece incorrecto, equivocado o agresivo para evitar conflictos incómodos e inútiles que sólo dejan resentimientos.
- Aprender a ceder. Existen personas obstinadas en pensar que poseen la mejor opinión debido a su experiencia, estatus o conocimientos; de antemano están dispuestos a convencer, u obligar si es necesario, a que las personas se identifiquen con su modo de pensar y de parecer, restando valor a la opinión y juicio de los demás. No es extraño en ellos la inconformidad, la crítica y el despotismo, inmersos en conflictos, críticas y finalmente convertidos en las últimas personas con quien se desea tratar.
La comunicación efectiva es comprensiva, condescendiente y conciliadora para obtener los mejores frutos y estrechar las relaciones interpersonales.
Sinceridad ante todo. Expresar lo que pensamos, sobre todo si sabemos que es lo correcto (en temas que afecten a la moral, las buenas costumbres y los hábitos), no debe detenernos para mostrar desacuerdo, superando el temor a quedar mal con un grupo y a la postre vernos relegados. Tampoco es justificable callar para no herir a alguien (al compañero que hace mal su trabajo; al hijo que carece de facultades para el deporte pero tiene habilidad para la pintura; etc.), si deseamos el bien de los demás, procuraremos decir las cosas con delicadeza y claridad para que descubran y entiendan nuestra rectitud de intención.
Siempre será importante dar a los demás un consejo y criterio recto, de otra forma continuarán cometiendo los mismos errores o haciendo esfuerzos inútiles para lograr objetivos fuera de su alcance, si actúan así se debe, tal vez, a que nadie se ha interesado en su mejora y bienestar.
Además de los elementos esenciales, es preciso cuidar otros pequeños detalles que nos ayudarán a perfeccionar y a hacer más eficaz nuestra comunicación:
- Comprende los sentimientos de los demás. Evita hacer burlas, criticas o comentarios jocosos respecto a lo que expresan, si es necesario corrige, pero nunca los hagas sentir mal.
- No interpretes equivocadamente los gestos, movimientos o entonación con que se dicen las cosas, hay personas que hacen demasiado énfasis al hablar. Primero pregunta y aclara antes de formarte un juicio equivocado
- Observa el estado de ánimo de las personas cuando se acercan a ti. Todos nos expresamos diferente cuando estamos exaltados o tristes. Así sabrás qué decir y cómo actuar evitando malos entendidos.
En tus conversaciones incluye temas interesantes, que sirvan para formar criterio o ayudar a mejorar a las personas. Las pláticas superficiales cansan.
Aprende a ser cortés. Si no tienes tiempo para atender a las personas, acuerda otro momento para charlar. Es de muy mal gusto mostrar prisa por terminar.
No existe medio más eficaz para hacer amistades, elegir a la pareja y estrechar los lazos familiares, profesionales y de amistad. Todos deseamos vivir en armonía, por eso, este es el momento de reflexionar y decidirse a dar un nuevo rumbo hacia una mejor comunicación con quienes nos rodean.
Una auténtica actitud de escucha estimula la comunicación. El objetivo final del auténtico escuchar es comprender y ver el mundo tal como lo ve y lo comprende la persona que habla.
Prejuzgar –que es juzgar por adelantado– evita el riesgo de tener que aceptar algún nuevo hecho o idea que implique cambiar de opinión.
Escuchar, en cambio, significa aceptar a las personas tal como piensan y son, y darse cuenta de que cada uno es un mundo único que es preciso entrever para entenderse.
Y muy importante para escuchar con propiedad es admitir que los demás también piensan que tienen razón.
Escuchar no es lo mismo que oír. A lo sumo, por los oídos captamos los razonamientos, el contenido de lo que se nos explica, la lógica de un argumento.
Pero escuchar implica utilizar los oídos y también los ojos y el corazón para percibir la intención, la emoción y los sentimientos de nuestro interlocutor. Se trata de encontrar aquellas “razones del corazón que la razón no entiende”.
La razón parece ser el bien supremo. Pero en las relaciones interpersonales el lenguaje de los sentimientos es mucho más poderoso y motivador que el de la lógica.
No obstante este lenguaje no puede hablarse de manera creativa e inspiradora si primero no somos capaces de percibir lo que “emite” el alma humana: la de los demás... y también la nuestra.
Escuchar supone callarse. Un callarse que va más allá del no decir nada, porque implica estar atento con todo nuestro ser.
Es una actitud en la que se aprehende al otro en su totalidad. Un estado en que se reciben las palabras y lo que éstas no expresan, en que se capta lo que se dice y la realidad profunda de la otra persona, ese mundo único que cada uno somos.
Una auténtica actitud de escucha estimula la comunicación. Cuando se nos escucha auténticamente, tenemos tendencia a expresar más cosas y con mayor profundidad y riqueza de detalles, que si se nos oye superficialmente. Es el premio que nos sentimos inclinados a otorgar a quien nos presta esmerada atención.
No es raro que el fundamento de la buena convivencia sea una gran disposición para escuchar. El auténtico escuchar es lo más opuesto al rechazo de lo ajeno, ya que su objetivo final es comprender y ver el mundo como lo ven otras personas.
El proceso de la auténtica y genuina escucha a otra persona se apoya en una elevada autoestima, que es el soporte de nuestra seguridad interior.
La razón primera por la que la mayoría de nosotros no escuchamos con profundidad a los demás, es que tenemos miedo a ser influidos por ellos.
Ser influidos supone que se opere un cambio en nosotros; y los cambios –lo reconozcamos o no– suelen atemorizarnos.
Porque cambiar significa ir más allá de nuestras pequeñas y confortables rutinas diarias, hacia nuevos lugares donde tememos encontrar incertidumbres y zozobras.
Además, aquello que hacemos de manera automática no requiere pensar, mientras que lo nuevo tal vez precise de este esfuerzo. Afrontar un cambio genera tensión, e instintivamente huimos de toda clase de tensiones.
Para poder entregarse a escuchar a otras personas sobre cuestiones que nos importan, y aceptar el hecho de que puede ser que nos veamos obligados a cambiar nuestra manera de verlas, hay que tener un sólido conjunto de principios y valores arraigado en nuestro corazón, formando el núcleo de nuestra personalidad.
Este núcleo que configura nuestro yo individual, es el que nos capacita para ser productivos como personas y como profesionales.
La autoestima que nos otorga nuestra productividad es inviolable porque nos pertenece intrínsecamente, y constituye nuestra identidad no importa lo que digan los demás. Un fuerte sentido de la propia identidad permite aceptar el cambio, porque no pone en peligro al yo.
Por otra parte, ser capaz de cambiar es una habilidad que hay que cultivar. Quienes lo hacen, tratan de habituarse a dejar lo viejo concentrándose en el potencial que encierra lo nuevo, que contemplan como otro hito en su camino de crecimiento personal.
Se preguntan, aun en la peor de las situaciones: ¿cómo transformar este peligro en oportunidad? William Shakespeare escribió: “Los hombres sabios no se entretienen jamás en deplorar sus pérdidas, sino que buscan con vigor alegre reparar los golpes de la mala fortuna”.
El aprendizaje de la facultad de escuchar requiere pues no solamente acostumbrarse a adoptar una actitud de escucha, sino también a reforzar nuestra seguridad interior mediante el cultivo de nuestra propia persona.
Afrontar la posibilidad de cambiar resulta así menos amenazante. Escuchar es fácil para quien vive su vida personal y profesional con profundidad y acierto en sus facetas esenciales. Casi diríamos que para tal persona, el bien escuchar al prójimo es una consecuencia natural.
Escuchar, al fin y al cabo, no es tanto una cuestión de inteligencia como de confiar en las otras personas. Significa aceptarlas tal como piensan y son, y darse cuenta de que cada uno es un mundo único que es preciso entrever para entenderse.
Y muy importante para escuchar con propiedad es admitir que los demás también piensan que tienen razón.